lunes, 14 de julio de 2008

La aparecida


—Que te digo que es una fantasma.

—No, tío, no. Que los fantasmas dan miedo, ¿no ves lo guapa que es, atontao?

—¡Pero mírala cómo brilla!

—Aura, se dice.

— Pues eso, ¿no ves tú o qué? ¡Y además flota!

—La verdad es que lleva sábana blanca.

—Lo que yo te diga: un fantasma.

—¡Boh! Pues si que... ¿Y eso da miedo?

—Para nada. Anda, vamos a decirle al Perolas, que lo va a flipar.

Los dos niños se alejaron, no sin varias veces girarse para enseñar la lengua a la Virgen, sonrojada en su beatífica pose de brazos abiertos.


domingo, 6 de julio de 2008

Sexo hasta el desmayo

'Bésame mucho', ®ominitä
—¡Oooh, Dios! Cómo sabes lo que me gusta, cabrón —dijo Luisa apoyando firmemente las manos sobre la mesa.

—Pues no has visto nada. Así... Échate para delante que te voy a destrozar —baboseó Roberto con aire imperativo mientras perdía la mirada en aquellas carnosas nalgas frente a él.

Luisa se pasó la mano suavemente por la garganta cuando el soberbio falo entró por detrás sin miramientos y tuvo que gritar con desmesurado goce.

—Uhmmm —se derritió Roberto mientras apartaba el flequillo que le caía sobre la frente—. No sólo a mí me está gustando, ¿verdad, putita?

—¡Cerdo! Me estás desgarrando. ¡Ay, sigue!

Gemidos de placer desenfrenado salieron de la boca de Luisa en un crescendo frenético, alternándolos con grititos orgásmicos de delicia lacerada. De pronto, se le nubló la visión y las rodillas le flojearon. Roberto se apresuró a sujetarla.

—Lo siento —se disculpó ella—. Me he hiperventilado.

—Tranquila, suele pasar. Además, te noté forzado el tono cuando la clavada. Mejor descansa y seguimos mañana, queda poco por doblar. ¡Marco, borra ésta y lo dejamos por hoy!


jueves, 3 de julio de 2008

Dádivas


Lorenzo es cincuentón y ciego. Doña Emilia lleva mucho más larga la vida para compensar su diminuto cuerpo. Día tras día, acuden a su cita en el paso de peatones de la calle México. Se paran cada uno en una acera y aguardan. La espera se puede hacer algo larga pero, tarde o temprano, aparece alguien que se ofrece para ayudarlos. Si uno atraviesa la calle, el otro también lo hace y, al cruzarse, golpean con disimulo plástico contra madera, como un secreto rito de bastones. Y vuelta a esperar. Así pasan las tardes.

Hay quien alguna vez se ha fijado y les ha preguntado. Los dos contestan entonces la misma cosa:

—Se les nota tan felices al despedirse…

Hace tiempo que olvidaron quién tomó el hábito de quién y nunca se han dirigido la palabra.